Cuenta la historia que el rey, como es normal, reinaba.
Y el plebeyo, como es normal, se pelaba las rodillas.
Los brillos de la corona lo encandilaban, y hacía tiempo que no lo dejaban ver.
Hasta que un día, como es normal, se cansó de tanta ceguera.
Podía revelarse, o buscar otro rey de otro suelo.
Cuenta la historia que el plebeyo se armó, lo mejor que pudo, para hacerse valer.
Y que caminó, muy seguro de sí mismo, hacia el castillo.
Las puertas se abrieron y no hubo guardia que saliera a su cruce.
El rey estaba, como es normal, en su gran alcoba.
El plebeyo, con la decisión y la espada tomada, arremetió contra la enorme figura de su majestad.
Cuenta la historia que dos cosas sucedieron.
Una, que la belleza lo encandiló otra vez.
Y dos, que no pudo lastimar al déspota que tanta fascinación le generaba.
Entonces, no pudo hacer más que dar media vuelta y volver a su lugar.
A pelarse las rodillas.
martes, enero 01, 2008
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